Bodas que no parecen bodas.
Victoria Cascajares 09.09.2024

Este titular de hace algún tiempo me ha hecho pensar que vivimos en la era del "yo no soy como los demás" y, sin embargo, todos nos vestimos con el mismo disfraz de originales. Esto, aplicado al mundo de las bodas, es un espectáculo digno de una serie, pero sin final feliz. Porque la mayoría de los novios no quieren una boda típica; quieren la misma boda que todos, solo que con el envoltorio de "alternativo".
La tragedia de todo esto es que la búsqueda de la “boda no boda” se ha convertido en una broma donde todos se creen rebeldes pero, en el fondo, están más atrapados en el cliché que nunca. Se quejan de lo tradicional, del arroz, del vals y de la tarta de mil pisos, y luego se lanzan de cabeza a un abismo de mesas rústicas, food trucks y luces de verbena. Y si alguno se atreve a decir que se siente diferente, que me disculpe, pero la autenticidad no se mide en likes de Instagram.
Entonces llegan las actividades, porque no basta con ir de boda, no. Aquí hay que hacer cosas, muchas cosas, tantas cosas que los invitados empiezan a sentir que han pagado por un campamento intensivo de “cómo sobrevivir a una boda sin morir en el intento”. Primero, arrojas pétalos con la precisión de un francotirador. Luego, a agitar servilletas en el aire como si estuvieras en los Sanfermines. A continuación, te toca hacer una foto, pegarla en un álbum, escribir un texto, bailar un flash mob que ni en “Fama, ¡a bailar!” y, cuando crees que por fin ha terminado la tortura y empieza el baile, zas, llega la “hora loca”. Un eufemismo para describir ese momento en el que todos se disfrazan con capas brillantes y agitan palos de luces como si fueran los teloneros de una rave.
La vestimenta, como no podía ser de otra manera, también juega a este juego ridículo de la diferencia. Lejos de los vestidos de novia de siempre, ellas eligen ir "relajadas" con vestidos boho-chic, que son igual de incómodos pero con el sello de Instagram. Ellos, con trajes supuestamente informales que les hacen parecer modelos de catálogo de Zara. Todos van a la misma tienda, pero se miran unos a otros con la superioridad de quien cree haber reinventado la moda nupcial.
Y no nos olvidemos del espacio . ¡Ah, el espacio! Ese lugar donde todo está tan calculado que parece una producción de Netflix, pero sin guionistas. Huir del clásico salón de banquetes o finca para terminar en una casa rural o en un campo perdido con linternas chinas no te hace original, te hace parte del rebaño de los que quieren parecerlo.
Y aquí es donde llegamos al meollo del asunto: puedes intentar disfrazar tu boda de festival indie, de mercado vintage o de reunión clandestina de hipsters en retiro espiritual, pero si de verdad quieres algo memorable, aquí va una opinión: tu boda puede ser auténtica aunque abraces lo convencional. Porque la autenticidad no está en el tipo de centro de mesa que elijas, sino en que refleje quién eres de verdad. Puedes tirar arroz o pétalos, bailar un vals o una cumbia, cortar una tarta de pisos o repartir cupcakes. La diferencia no está en la forma, sino en la intención.
La verdadera rebeldía es hacer lo que realmente te representa, no lo que te han dicho que te va a hacer diferente. Puedes seguir las tradiciones o romperlas a tu antojo, lo importante es que sea tu elección, no el miedo a parecerte a los demás. Porque, al final, lo que hace única a tu boda no es que intentes vestirla de algo que no es; lo único que la hará irrepetible es que seas tú quien la viva y la celebre sin complejos.
Así que deja de preocuparte por parecer original y empieza a preocuparte por ser auténtico y hacer lo que realmente quieres. Tu boda seguirá siendo una boda, pero será única porque será la tuya. Y no hay nada más diferente que eso.